El sistema político mexicano es un sistema presidencial. Es decir, existen una serie de reglas que lo hacen característico frente a otros sistemas políticos, tal como el parlamentario. En el presidencialismo, el Poder Ejecutivo se elige de manera independiente (en elecciones separadas) del Poder Legislativo, y ambos poderes tienen un tiempo fijo en el que ejercer dicha posición. A este sistema inventado en los Estados Unidos y exportado a la mayoría de los países de América Latina se le conoce también como sistema de “Pesos y Contrapesos”. En ese sentido, en el sistema presidencial también se puede encontrar con frecuencia que haya “gobiernos divididos”. Esto quiere decir que el partido que tiene la mayoría en el Congreso no necesariamente es quien gobierna desde la Presidencia. Por tal razón, la parálisis política – en dichas ocasiones – se hace muy evidente. La razón de lo anterior son los incentivos o desincentivos que tiene un partido para perjudicar o ayudar al otro. Como resulta imaginable, el partido que tiene capacidad de veto en el congreso (siendo o no la mayoría), casi siempre bloquea los acuerdos o las propuestas que emergen desde el Ejecutivo cuando éste pertence a otra fuerza política.

Esta ha sido la historia interminable de la política mexicana. Para muestra basta un botón: durante la comparecencia del Secretario de Hacienda y Crédito Público, Luis Videgaray, estuvo presente el Senador Ernesto Cordero. Diversos medios dieron cuenta de cómo se invirtió la historia y los papeles y en esta ocasión el Senador Cordero increpó al Secretario de Hacienda sobre su conducta y decisiones al frente de dicha dependencia, recordando así cuando Ernesto Cordero era Secretario de Hacienda y Luis Videgaray, como Presidente de la Comisión de Presupuesto en la Cámara de Diputados lo cuestionó duramente. Es decir, los incentivos de unos se vuelven desincentivos para otros.

Lo más dramático de esta historia es que la parálisis política tiene su raíces en la ganancia inmediata de un partido o de un grupo de actores. Mientras México no logre superar las enormes diferencias y los incentivos (o desincentivos) cortoplacistas, las grandes reformas y los acuerdos sostenibles verdaderamente en el largo plazo seguirán siendo una utopía.