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Dar paso a nuevas formas de organización del espectro político

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Cuando el intelectual Francis Fukuyama publicó su libro “El último hombre y el fin de la historia”, vaticinó que el mundo y la historia habían llegado a su fin. En ese sentido, aclaró que si bien el planeta no sería destruido, la teoría estaba más bien enfocada al cambio de época, como una consecuencia natural de la propia historia, de su paso y de la inherente interacción de la sociedad y de los hombres. En tal sentido, parece que los partidos políticos en México han llegado y alcanzado una situación similar, en la que se vislumbra su fin, pero no como institutos de un sistema político en movimiento, sino como los conocemos hoy en día.

En el caso del PAN, la descomposición política es creciente; la lucha interna entre dos candidatos para dirigirlo y sus respectivos grupos han extendido esta polarización a las bases del partido (que por pocas que sean, siguen siendo vitales para su supervivencia). Lo improvisado de la contienda interna, aunado a los escándalos de presunta corrupción pública que se leen en los diarios del país, han terminado por dinamitar lo poco que quedaría de esta organización.

No muy diferente es el caso del PRD, en el cual la corriente de René Bejarano ha amenazado con romper con la dirigencia nacional en caso de que el grupo de “Los Chuchos”, comandado por Jesús Zambrano, continúe al frente de la presidencia del instituto político. En ese sentido, el riesgo de fractura se hace inminente, sobretodo a la luz de la creación de “Morena”, la agrupación política de López Obrador.

En ambos casos, la disputa real no es por el partido, sino en un primer momento por las candidaturas a la Cámara de Diputados en 2015, y posterioremente a la Presidencia de la República. ¿Quiénes quieren ser candidatos? Cordero, Madero, Zambrano, López Obrador, Ebrard. Todos ellos, dirigentes (de facto) de sus propios partidos, mismos que han profundizado la división interna hasta lo más central de sus núcleos populares. Y no sobra decir que la lucha interna al interior del propio PRI también es intensa, entre el grupo de los “jóvenes” (Nuevo PRI), contra los “el Viejo PRI”, pero a ellos los aglutina el poder.

¿Cómo podrá el sistema político mexicano resolver la descomposición política de los partidos? Quizá, como decía Fukuyama, es momento de terminar el capítulo final de los partidos como los conocemos ahora, y dar paso a nuevas organizaciones, que se reagrupen en torno a intereses distintos, quizá dividiendo el espectro político de diferente manera, y – como decía Norberto Bobbio – superando la anacrónica categorización entre “izquierdas y derechas”. Este binomio ha quedado superado en México y es evidente que urge un reacomodo de las fuerzas políticas en la oposición, pues mientras ésta última se encuentra a punto de morir, no conviene ni a los ciudadanos ni a los gobiernos quedarse sin contrapesos y sin canales de expresión de todas las voces de la sociedad. La negociación será mucho más compleja y la lucha política se convierte en una venganza anunciada entre actores derrotados y sin mecanismos para acceder al poder. Quizá es momento de replantearnos la distribución partidista en el país y abrir las puertas a nuevas ideas. Estos podrían ser los “últimos partidos y el fin de su historia”.

(imagen: www.milenio.com)

El Congreso: mecanismo de equilibrio del sistema político

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México ha transitado durante los últimos años el camino hacia la democracia y se ha venido consolidando en ella. No ha sido una ruta sencilla, ni mucho menos rápida, pero son diversos los instrumentos políticos puestos a disposición de los ciudadanos para evitar una regresión autoritaria. En ese sentido existen el Instituto Federal Electoral (próximamente Instituto Nacional de Elecciones) que tiene autonomía, al igual que el Banco de México, la CNDH o el IFAI. Todos ellos garantes de la estabilidad política, financiera, económica y social de México. Pero sin duda, el instrumento más importante es la oposición en el Congreso.

Una oposición parlamentaria, dadas las condiciones de nuestro país, es la mejor herramienta para evitar que la consolidación democrática retroceda pasos. Lo anterior se pudo presenciar durante los últimos años, en los cuales la agenda política, si bien nunca fue claramente marcada por la Presidencia de la República, dependía en gran medida del Congreso de la Unión, de sus tiempos y de su agenda. Las Cámaras de Diputados y Senadores fungieron como el equilibrio principal del sistema político y le dieron solidez al presidencialismo mexicano, acotándolo más en su margen de actuación.

No obstante lo anterior y el inmenso poder que tiene la oposición en el Congreso mexicano, pareciera que los partidos que la representan han optado por no hacer uso de esta prerrogativa y echar en saco roto el poder e influencia que tienen, no solamente para delimitar prioridades, sino para generar mecanismos estructurales y legales para que las cosas en nuestro país funcionen mejor.

Los partidos de oposición parece que han renunciado a su vocación de ser el contrapeso del Ejecutivo, convirtiéndose en actores políticos que vuelcan su quehacer hacia ellos mismos, tratando de dirimir sus propios conflictos. En esa medida, y ante una oposición pulverizada, la Presidencia de la República no puede negociar. Si bien no enfrenta a una oposición férrea en el Poder Legislativo, siguen siendo malos augurios para el país que los legisladores y el Gobierno Federal no se puedan poner de acuerdo para aprobar reformas que urgen a la nación. Eso sí, en las próximas elecciones intermedias, parece que el PRI seguirá siendo la primera minoría en el Congreso, pero la República urge de soluciones a las grandes materias que siguen estando pendientes.

(imagen: //images.mexico.lainformacion.com)